SITGES














- ¿ Cuánto tiempo me queda? - repitió Veronika mientras la enfermera le aplicaba la inyección.
- Veinticuatro horas. Quizás menos.
Ella bajó los ojos y se mordió los labios. Pero mantuvo el control.
- Quiero pedirle dos favores. El primero, que me de un remedio, una inyección, sea lo que sea, pero que me mantenga despierta hasta entonces, para aprovechar cada minuto que me queda de vida. Tengo mucho sueño, pero no puedo dormir, tengo mucho que hacer, cosas que siempre dejé para el futuro, cuando pensaba que la vida era eterna. Cosas por las cuales perdí el interés cuando empecé a pensar que la vida no valía la pena.
- ¿ Y su segunda petición? 
- Salir de aquí y morir afuera. Tengo que subir al castillo de Ljubljana, que siempre estuvo allí y yo nunca tuve la curiosidad de verlo de cerca. Tengo que hablar con la mujer que vende castañas en invierno y flores en primavera; cuántas veces nos hemos cruzado y, sin embargo, nunca le he preguntado cómo se encontraba. Quiero andar por la nieve sin abrigo, sintiendo el frío intenso, yo, que siempre iba bien abrigada por miedo a coger un resfriado. En fin, doctor Igor, tengo que sentir la lluvia en mi rostro, sonreír a los hombres que me interesan, aceptar todos los cafés a que me inviten. Tengo que besar a mi madre, decirle que la quiero. Quizás entre en la iglesia, mire aquellas imágenes que nunca me dijeron nada y terminen diciéndome algo. Si un hombre interesante me convida a ir a bailar, bailaré la noche entera hasta caer exhausta. Después me acostaré con él, pero no de la manera como me fui con otros, unas veces intentando mantener el control, otras fingiendo que no sentía. Quiero entregarme a un hombre, a la ciudad, a la vida y, finalmente, a la muerte.


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