RIPOLL

Una de las sensaciones que más me gustan es la de trasladarte a un lugar desconocido en el que todo se descubre por primera vez. 

El 22 de noviembre Cris y yo decidimos disfrutar de un día juntas en el bonito municipio  de RIPOLL. Hacía ya tiempo que deseábamos ir a allí, así que cogimos el tren en Arc de Triomf y después de casi dos horas pudimos empezar nuestra visita.

El olor a naturaleza, los mercados que se distribuían por todo el lugar y las muchas callejuelas nos llevaron hasta el Monasterio de Santa María, fundado hacia el año 880. La entrada sólo nos costó dos euros (con el carnet de estudiante)y disfrutamos de la belleza de su Portada, paseamos por el claustro y por último visitamos la iglesia, donde están enterrados los restos mortales de los condes de Besalú y algunos de los condes de Barcelona, desde Wilfredo el Velloso hasta Ramón Berenguer IV.










Restos de Ramón Berenguer IV


Restos de Wilfredo el Velloso

Al salir, buscamos un sitio para comer y nos decidimos por un restaurante precioso: La Taverneta. En el que comimos una lasagna de verduras, una butifarra con patatas y un brownie de chocolate... Riquísimo :) Al acabar fuimos a otra sala del restaurante donde estuvimos haciendo lo que más nos gusta: planeando nuevos viajes.







Más tarde tomamos un café en uno de los bares del centro y dimos un último paseo.



Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como buscador.
Un buscador es alguien que busca. No necesariamente es alguien que
encuentra. Tampoco esa alguien que sabe lo que está buscando. Es
simplemente para quien su vida es una búsqueda.
Un día un buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él había
aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar
desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió. Después de dos días de
marcha por los polvorientos caminos divisó Kammir, a lo lejos. Un poco antes
de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó la atención.
Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros
y flores encantadoras. La rodeaba por completo una especie de valla pequeña
de madera lustrada… Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto
sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un
momento en ese lugar. El buscador traspaso el portal y empezó a caminar
lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar,
entre los árboles. Dejó que sus ojos eran los de un buscador, quizá por eso
descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción … “Abedul Tare, vivió 8
años, 6 meses, 2 semanas y 3 días”. Se sobrecogió un poco al darse cuenta de
que esa piedra no era simplemente una piedra. Era una lápida, sintió pena al
pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar… Mirando
a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado, también
tenía una inscripción, se acercó a leerla decía “Llamar Kalib, vivió 5 años, 8
meses y 3 semanas”. El buscador se sintió terrible mente conmocionado. Este
hermoso lugar, era un cementerio y cada piedra una lápida. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto, pero
lo que lo contactó con el espanto, fue comprobar que, el que más tiempo había
vivido, apenas sobrepasaba 11 años. Embargado por un dolor terrible, se sentó
y se puso a llorar. El cuidador del cementerio pasaba por ahí y se acercó, lo
miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún
familiar.
- No ningún familiar – dijo el buscador - ¿Qué pasa con este pueblo?, ¿Qué
cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados
en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que lo
ha obligado a construir un cementerio de chicos?.
El anciano sonrió y dijo: -Puede usted serenarse, no hay tal maldición, lo que
pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré: cuando un joven
cumple 15 años, sus padres le regalan una libreta, como esta que tengo aquí,
colgando del cuello, y es tradición entre nosotros que, a partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: a la
izquierda que fue lo disfrutado…, a la derecha, cuanto tiempo duró ese gozo. ¿
Conoció a su novia y se enamoró de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión
enorme y el placer de conocerla?…¿Una semana?, dos?, ¿tres semanas y
media?… Y después… la emoción del primer beso, ¿cuánto duró?, ¿El minuto y
medio del beso?, ¿Dos días?, ¿Una semana? … ¿y el embarazo o el nacimiento
del primer hijo? …, ¿y el casamiento de los amigos…?, ¿y el viaje más
deseado…?, ¿y el encuentro con el hermano que vuelve de un país
lejano…?¿Cuánto duró el disfrutar de estas situaciones?… ¿horas?, ¿días?… Así vamos anotando en la libreta cada momento, cuando alguien se muere, es
nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para
escribirlo sobre su tumba. Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero
tiempo vivido.

"El buscador", Jorge Bucay

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Me encanta! Cómo disfrutamos! Que bien comimos dios! Llevo toda la semana pensando en esa lasaña, ese salmón y ese brownie! Volveria sin duda alguna! Me gustan tus posts! Unbesazo!
Elena ha dicho que…
Con ver las fotos ya me vuelve a entrar hambre... ¡Qué acierto tuvimos con el restaurante!
Gracias, guapa.
¡Nos vemos esta noche! :)

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